[12-10-16] Hoy, a 100 años del comienzo de la primera presidencia de Hipólito Irigoyen, recordamos a aquel hombre que un 2 de abril de 1916, resultó ganador, en las primeras elecciones presidenciales que se realizaron en la historia argentina, bajo la novedad de una ley que garantizaba el voto obligatorio, secreto y universal de los ciudadanos. La Ley Sáenz Peña. 

El triunfo electoral significó que, por primera vez, un amplio sector social excluido hasta entonces de los puestos públicos de dirección, llegaba a la conducción de diferentes ámbitos estatales. Se trataba de sectores medios, sin grandes recursos económicos, ni conexiones con las clases altas. Este hecho, quedó marcado para siempre, porque aquel día, todas las voces fueran oídas y el pueblo libremente pudo expresar su decisión en las urnas. 

El 12 de octubre de ese año, el caudillo radical asumió la titularidad del Poder Ejecutivo Nacional con un Senado en minoría y una composición de la Corte Suprema que no le era favorable. No obstante, no dejó de trabajar por lograr sus objetivos. 

Yrigoyen fue el primer presidente en mantener una línea nacionalista, convencido de que el país tenía que manejar su propia moneda y su crédito, y, sobre todo, debía tener el control de sus transportes y de sus redes de energía y explotación petrolera. Fue así que en 1922 fundó la empresa estatal de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) 

Su gobierno perteneció al espíritu nuevo, que se identificaba con las justas aspiraciones de los estudiantes y que la Universidad debía nivelarse con el estado de conciencia alcanzado por la República. 

El líder radical impulsó la sanción de leyes laborales y mandó al Congreso en 1921 un proyecto de Código del Trabajo, en un sentido coincidente con los reclamos que los socialistas y el movimiento obrero venían realizando desde décadas atrás. Con él, se aprobó la jornada de ocho horas; se crearon cajas jubilatorias; se reglamentó el trabajo rural y las tarifas de los trenes británicos se regularon por el Estado, mientras se ampliaban las vías férreas hacia las regiones más postergadas del país. Actuó además como mediador en numerosos conflictos laborales, promoviendo la negociación de acuerdos basados en la justicia social. 

Sin lugar a dudas, que el legado más importante de Yrigoyen fue lograr la soberanía popular, defendiendo los intereses de las mayorías, que no es otra cosa que vivir y hacer vivir la democracia. 

100 años después su llegada a la presidencia, hoy rendimos un humilde pero sincero homenaje a ese hombre que supo entender el tiempo que le tocó vivir y actuó en consecuencia, llevando consigo, el pedido de un pueblo que quería ser escuchado, un pueblo que desde entonces no fue el mismo, un pueblo que a pesar de las dificultades, no dudo en enfrentarlas, con la mirada puesta en lo conseguido, la vida democrática, esa por la que hoy seguimos trabajando.