“Pareciera que la sucesión de hechos sustentado en el autoritarismo, en la ruptura del orden y del equilibrio institucional en la historia argentina son repetitivos. Vemos también como ese comportamiento totalitario se mantiene en el tiempo, instalado en la conducta de los más relevantes actores del gobierno nacional, y casi ya como una tradición en el quehacer de algunos sectores: la creencia de que tener el poder es imponer la voluntad y supremacía de un sector, avasallando las instituciones de la democracia para sojuzgar a los que piensan distinto, y tiranizar los ideales políticos y el pensamiento progresista.

La exaltación de la personalidad de muchos actores del Gobierno Nacional se vincula con las ansias de poder y la fascinación por condicionar de manera definitiva la voluntad ajena. Un poder hegemónico instalado en la Casa Rosada que se ha convertido en un paradigma de gestión de la vida política argentina.

Nuestra Democracia es cada vez más frágil a causa del ideal totalitario de este gobierno que tiene cada vez más visos de ser un régimen viciado y enfermo, que corroe las bases y la esencia misma de la República.

Esa intolerancia en el devenir de los tiempos históricos de nuestro país cosechó así sus frutos en 1976: la sistemática eliminación de quien se consideraba adverso, opuesto, contrario, tan solo por tener y proponer otras ideas, y otras alternativas políticas distintas, por ese motivo, resultan inconcebibles y amenazantes para cualquier totalitarismo. Situación que hizo de la década del 70 uno de los periodos más tremendamente trágicos de nuestra historia.

Hoy, un montaje malicioso y perverso en nombre de la Democratización de la Justicia, se instala en nuestro país nuevamente tiranizando la independencia de los tres poderes constitucionales, con otros protagonistas y otros métodos.

El concepto de DEMOCRACIA queda solo instalada en la retórica de quienes nos gobiernan pero nunca en los hechos, lo que demuestra en este accionar la ausencia de una auténtica convicción sobre las responsabilidad gubernamental. Por lo tanto, la democratización de la justicia es una frase demasiado grande para un plan tan pequeño. Pequeño porque todos sabemos que el fin último de esta “cruzada” no es otro que la satisfacción de una insaciable necesidad, de una incontenible voracidad de poder.

Y esta es la paradoja fundamental: se ponen en riesgo las bases del sistema para todos los habitantes de la Nación, que asisten impotentes a esta reforma solo para calmar la creciente necesidad de acumular y concentrar poder en nombre de la democracia.

Ese despotismo tiene mucho en común con otros regímenes totalitarios, que concentran el poder absoluto, una modalidad de supremacía ejecutiva que transforma las instituciones en simple ropaje de un gobierno personal.

Podemos también advertir, lo absurdo de que, con la excusa de acercar la justicia al pueblo o democratizarla, lo único que se pretenden es lograr una mayor impunidad y lograr un control absoluto del único poder independiente hasta ahora. Además de la afrenta que representa la posible instrumentación de la justicia no solo para garantizar la propia impunidad, sino como posible instrumento de presión, amenaza y hasta persecución al quedar diseñada a medida del Ejecutivo y conformada por jueces adeptos.

La sociedad argentina debe fundamentarse en la revalorización de la democracia como un sistema que jerarquice la tolerancia, la racionalidad, y la búsqueda de soluciones dentro de la ley, en la vigencia de una moral austera que atienda primordialmente la situación de los postergados, y en criterios flexibles y equilibrados que permitan encarar con éxito los desafíos y exigencia que enfrenta el país en estos momentos.

Pera llegar a esa construcción implica superar pautas culturales y de comportamiento que han significado en nuestra historia obstáculos insalvables, tanto para la convivencia pacífica como para la identificación de los ciudadanos con las normas fundamentales de la república, con el progreso social y económico y la distribución equitativa de sus riquezas.

Como propuesta central, es menester reforzar los mecanismos de control sobre la clase gobernante, las facultades regulatorias y de supervisión, cuidar del funcionamiento de las instituciones contraloras y de auditoría, vigorizar el sistema de equilibrios, frenos y contrapesos que impidan abusos del Estado, en los que suelen caer los gobiernos populistas en argentina y en Latinoamérica.”

FUENTE:
WWW.SENADOUCR.GOV.AR