Ni el financiamiento de la militancia juvenil mediante aparatos estatales ni la propaganda política en la escuela ayudarán a la formación de ciudadanos

El hecho no debería sorprendernos, salvo por la rapidez con que está creciendo el fenómeno: el kirchnerismo sigue empeñado en resucitar el estilo de la militancia peronista propio de los jóvenes de los años setenta, con el agregado de algunos de los rasgos más característicos de los "soldados de Perón" pero de los cincuenta.

Del mismo modo, influyó el anuncio del lanzamiento del programa "¿Cómo comprender el mundo?", efectuado por el Ministerio de Educación de la Nación. Esta iniciativa, que cuenta con el auspicio de la Unesco, incluye material de estudio para alumnos de los últimos años del secundario de todo el país, y cuyos contenidos no escatiman elogios a las gestiones de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

Estos textos, en los cuales se ponderan las políticas kirchneristas en materia de pobreza, educación, economía, salud y hasta seguridad y lucha contra la corrupción, serán incluidos como "contenido transversal", por lo que cruzarán todas las materias. Estarán incluidos en las computadoras del programa Conectar Igualdad, que entrega el gobierno nacional a los estudiantes de escuelas públicas, y en cuadernillos. Se trata de un preocupante avance partidario sobre la escuela, apuntando a que, a partir de este año, los adolescentes de 16 a 18 años de edad estarán en condiciones de emitir su sufragio en las elecciones nacionales.

El 24 de febrero, LA NACION publicó una extensa nota sobre "La isla del Evita. Una escuela para aprender a ser kirchnerista", en la cual se detallaba cómo el Movimiento Evita forma cuadros políticos juveniles en una isla del Delta. Participaron del ciclo de la agrupación, que a nivel nacional lidera Emilio Pérsico, unos mil jóvenes de todo el país, de entre 15 y 30 años, divididos en ocho delegaciones de alrededor de 120 militantes. La "mística" de estas reuniones se traduce de distintas maneras: con imágenes de Néstor y Cristina Kirchner multiplicadas en las paredes del aula de estudios, remeras rojas con la efigie de Eva Perón y la palabra "revolución" pronunciada con naturalidad, frecuencia y firmeza.


En los regímenes autoritarios, al igual que en los gobiernos con fuertes componentes populistas, el culto a la personalidad procura transformar a los líderes en personas mesiánicas, incluso hasta después de su muerte. A veces esa necesidad adopta estrategias excéntricas, como en un proyecto de ley presentado por la diputada bonaerense María del Carmen Pan Rivas (FPV) el año pasado, para que todos aquellos jardines de infantes y escuelas primarias y secundarias de la provincia sólo identificables con un número fueran bautizados con el nombre de "Presidente Néstor Carlos Kirchner", a pesar de que esa posibilidad está expresamente prohibida por el reglamento de la Dirección General de Cultura y Educación, que sabiamente establece que deben transcurrir al menos diez años del deceso de una persona para que cualquier institución educativa reciba su nombre.

Es sabido que estas y otras movilizaciones descansan, más que en una mística ideológica, en el poder derivado de la utilización del aparato del Estado, que ha convertido a La Cámpora en una suerte de agencia de colocación de militantes en algunas de las reparticiones bajo control de sus dirigentes, entre las que se encuentran el Registro Nacional de Armas, la Dirección Nacional de la Propiedad Automotor, la agencia Télam o la Inspección General de Justicia, además de la empresa Aerolíneas Argentinas.

El riesgo de que se pretenda trasladar este esquema hacia los jóvenes, y en especial a las escuelas, como espacio para la propaganda oficial, nos remonta a tristes épocas de la Argentina signadas por el populismo autoritario, que terminaron profundizando la división de la sociedad.

Recientemente, en un artículo de opinión Silvia Zimmermann del Castillo alertaba acerca de que vivimos en un mundo del espectáculo, en el que la política se ha convertido en una ficción y en el que es difícil a veces distinguir entre mentira y verdad. Por eso mismo, estamos ante la necesidad acuciante de formar una ciudadanía autónoma, con capacidad crítica, para que participe de manera entusiasta de la vida política, pero en el marco de una comunidad plural, respetuosa y progresista.

Para formar ciudadanos críticos, los jóvenes necesitan poder entrar en contacto con distintas voces, debatir ideas, exponer las propias, consensuar con sus pares o con sus mayores para, por fin, sacar sus propias conclusiones, bien lejos de las masificaciones, del culto a personalidades y de las políticas prebendarias que hoy son moneda corriente.

FUENTE:
REYNALDO M. GIMENEZ
* Exractado de LA NACIÓN